Raquel calentó brevemente con las manos el objeto
metálico que estaba a punto de introducirse en la vagina. Como cada mañana, eso
era lo primero que hacía antes de ajustarse el cinturón de seguridad, rumbo al
trabajo. Aquel representaba el momento del día más excitante frente al anodino
paisaje que la envolvía, sin el menor sobresalto, donde cada jornada constituía
un calco de la anterior. La misma aburrida conversación con su marido, daba
igual de qué hablaran, o con los clientes y proveedores del trabajo, atrapados
en un bucle que repetía los mismos chistes cada veinticuatro horas. Por otro
lado, el ambiente ahí era bueno, como si la crisis no fuera con ellos, ¿o es
que alguien podía vivir sin cagar? Nada superaba al producto estrella de su
empresa: un revoltijo de hierbas y semillas macerando una fórmula secreta cuya
eficacia en el baño no cuestionaban ni los probióticos de Danone.
Nací muy cerca de Tokio, cosmológicamente hablando, y llevo años construyendo artefactos literarios que a veces explotan y hacen reír. Usar antifaz me permite escribir cosas que avergonzarían a mi abuela, aunque es complicado cuando cojo un avión.
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